ISTORIA DE
ARROYO
NOTICIA DE Francisco
Javier García Carrero / Doctor en Historia10/11/2014
Cuando en
abril de 1931, y una vez que se celebraron las elecciones locales del día 12,
se proclamó en toda España la Segunda República, uno de los apartados en el que
los dirigentes políticos sabían que tenían que actuar con prontitud era en el
educativo. Y es que, lo que se ha dado en llamar por algunos historiadores como
"la República de los profesores" hizo de la educación uno de
los ejes fundamentales de su actuación, convencidos, como estuvieron, que sólo
un pueblo sólidamente formado era la garantía del progreso social y de la
consolidación política del nuevo régimen republicano. Por consiguiente, urgía,
como siempre señalaron, crear escuelas, pero apremiaba mucho más crear maestros
para formar ciudadanos y no súbditos.
En 1931 Juan
Ramos Aparicio ya había iniciado como alumno "libre" los estudios del
magisterio en la Escuela Normal de Cáceres. Con anterioridad había cursado la
enseñanza primaria en su pueblo de nacimiento con los docentes Manuel Andrada
Ojalvo y, fundamentalmente, con el que él consideró siempre su "maestro
ejemplar y apóstol de la escuela", Florencio García Rubio. Este último fue
el que le inculcó la pasión por la cultura y por la enseñanza pública,
entusiasmo y vocación que Juan ya no abandonó en ningún instante a lo largo de
su dilatada existencia. García Rubio también fue el docente que le preparó para
superar los estudios de bachillerato también "libre" en el instituto
de Enseñanza Media de la capital cacereña.
Con la ayuda
de su mentor, los estudios del futuro maestro arroyano continuaron dando sus
buenos frutos durante los tres primeros años republicanos. Y es que a pesar de
todos los cambios que el Estado español y la educación había experimentado en
los últimos años, Juan Ramos tenía como meta concluir magisterio más pronto que
tarde. Siempre tuvo muy claro que ser maestro era, y mucho más con el prestigio
que la República estaba otorgando a la función del docente, un medio de ascenso
social para las clases medias, como era la suya. Además, poseer el título de
las Normales era de un enorme prestigio en una sociedad mayoritariamente
analfabeta y que te capacitaba, de la misma forma, para el desempeño de una
actividad laboral casi inmediata.
Todo el
bagaje preparatorio concluyó en 1934. Por fin Juan Ramos Aparicio pudo mostrar
con enorme orgullo a sus padres, Félix y Gregoria, el diploma que el Presidente
de la República, Niceto Alcalá Zamora y en su nombre el ministro de Instrucción
y Bellas Artes Filiberto Villalobos González, le otorgó y que le posibilitó
para el ejercicio de una profesión que ya no le abandonó durante el resto de
sus días. Un diploma del que se sintió muy satisfecho y que siempre estuvo
enmarcado y colocado en un espacio importante de su domicilio. Se había hecho
Maestro Nacional, todo un honor para él, su familia y para Arroyo, porque
alcanzar el grado de maestro en aquella España estaba únicamente al alcance de
las personas más cultas de la localidad, los intelectuales de los pueblos.
Con el
título de maestro conseguido, muy pronto le llegó la oportunidad de mostrar su
valía como docente. La administración educativa republicana le comunicó que su
primer destino iba a ser una escuela como docente interino en un concejo
asturiano. Debido a la lejanía del puesto de trabajo, este empleo dejó en su
familia un poso de cierta tristeza, y más teniendo en cuenta la juventud de
Juan Ramos, 20 años recién cumplidos.
Nada de lo
anterior fue obstáculo para emprender el camino hasta su primera vacante como
Maestro Nacional: Santa Eulalia de Oscos (Asturias), en el partido judicial de
Castropol. Allí Juan se formó en los valores de la Escuela Unitaria. Un modelo
de enseñanza que jamás olvidó ya que como a él le gustaba repetir "allí es
donde se forja el temple del auténtico docente". Y no le faltaba razón con
esta aseveración, ya que su primer destino le marcó con tal fuerza que ya, hasta
su jubilación, el aula y la enseñanza de niños y adultos conformaron la única
manera que conoció para ganarse la vida y sentirse plenamente realizado como
persona.
El
nombramiento de Juan está fechado el día 24 de octubre de 1935. Una jornada más
tarde, y después de un viaje agotador, tomó posesión de la Escuela Mixta de
Castro en Santa Eulalia con un sueldo anual de 3.000 pesetas. Se trataba de una
zona de marcadísimo ambiente rural con una naturaleza virgen, una arquitectura
típica muy bien conservada gracias al aislamiento geográfico y con unas gentes
muy arraigadas a su tierra. La primera visión del pueblo no fue muy distinta a
la que describieron otros maestros o maestras de primera enseñanza que llegaron
a pueblos remotos españoles durante los últimos años de la década de los veinte
o de los treinta del siglo pasado y que tan magníficamente describió Josefina
Aldecoa en su Historia de una maestra.
Santa
Eulalia, "Santalla", era un municipio de poca población, unos 1.600
habitantes y escasamente concentrados, aunque constituía el más rico en
espacios naturales de los Oscos, una comarca colindante con las tierras
gallegas de Lugo y compuesta de tres concejos, Villanueva de Oscos, San Martín
de Oscos y Santa Eulalia de Oscos que fue a la postre el destino último del
maestro arroyano. En definitiva, una tierra que a Juan, que llegaba de uno de
las localidades más pobladas de la provincia cacereña y muy próxima a su
capital, le pareció que se había detenido en el tiempo. Y es que la mayoría de
las casas de Santa Eulalia eran hórreos de dos alturas. Unas viviendas de
pizarra en los muros exteriores y tejados, y madera para vigas en ventanas y
puertas. Únicamente la "Casa de A Pruida", residencia de la familia
Bravo y Bermúdez, mantenía una clara distinción respecto al resto de las
viviendas del vecindario.
La Escuela
Unitaria Mixta de Santa Eulalia tenía una matrícula de unos cuarenta alumnos.
Niños y niñas de diferentes edades, los mayores de unos 14 años y los más
pequeños apenas alcanzaban los dos. A pesar de la integración que el maestro
arroyano tuvo con esta escuela y con sus queridos niños, Juan sabía que con
toda probabilidad no acabaría el curso escolar. Juan, como todos los mozos
nacidos en 1915 había entrado en quinta para el servicio militar. Después del
acto de talla que se celebró en Oscos y declarándole "soldado útil",
y no sin graves problemas burocráticos vividos por su familia en Arroyo en
relación con este asunto, Juan Ramos cesó en la escuela asturiana el 5 de mayo
de 1936.
Poco después
se inició la Guerra Civil y el proceso depurador que todos los maestros
sufrieron sin excepción alguna. Juan vivió toda esta situación con gran
zozobra. No en vano él era un Maestro de la República y que durante un curso
académico ya había ejercido su docencia, y aunque creía que no tenía nada que
temer, ignoraba fehacientemente si su comportamiento en algún momento había
dado motivos para la sospecha por parte de alguna persona. No sería el primero
que por motivos espurios habían entrado a formar parte de las listas
"negras" del magisterio primario.
No obstante,
y a pesar de sus creencias católicas, Juan Ramos fue objeto de depuración por
las autoridades rebeldes cuando fue destinado a su segunda escuela en Belvís de
Monroy. La principal acusación que ser vertió contra él fue la de mantener una
gran amistad con otro maestro, Blas González Cid, que era abiertamente
izquierdista. Por eso la Junta Técnica del Estado miró su caso con lupa ya que
argumentaron que "podría estar contaminado". Nada de ello importó a
Juan que continuó con su amistad con Blas, al igual que haría años más tarde
con otros intelectuales a los que nadie quería acercarse durante los primeros
años de posguerra, y debido a un pasado poco recomendable para las autoridades
franquistas, Juan Luis Cordero Gómez y, especialmente, Pedro Caba Landa, al que
defendió con denuedo desde el primer instante en que fue encarcelado, aunque
esto ya es otra historia.
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