TRABAJOS Y OFICIOS
VARIOS
Sin ánimo de comparación, simplemente vivencias,
producto de la época de la ilusión -la infancia- intento expresar de corazón,
los oficios pertenecientes a aquellos años entre la década de los 50. Rememorando,
contemplo en mi ardiente imaginación, desempolvando en mi viejo arcón de
madera, muchos oficios. Algunos se habrán escondidos o extraviados. Ya no
quedan casi. Otros han desaparecido del mundo de los vivos. Recuerdo más
aquellos, que de niño, te llamaban la atención por sus pregones, melodías,
canciones..., porque los desarrollaban delante de ti, los veía o porque los
oficiantes eran de los pocos que trataban a los niños como niños, porque tal
vez necesitaban de la concurrencia
infantil para llamar la atención o como el artista el aplauso de su público.
Estaban los que eran altaneros protagonistas de la
humildad, libres de las ataduras del horario fijo, del imperio del amo, sólo
bajo el imperativo de su propia voluntad o necesidad. Iban de casa, en casa, de calle en calle, de plaza en
plaza, detrás de un burro, de un “carrucho”, de sus propios pasos. Los veo con
la cara descolgada, la boca abierta de par en par, pregonando la mercancía, con
rostros aceitunados y curtidos por el viento otoñal, el frío invernal, el sol
primaveral y los rayos insolentes del estío, con los cabellos revoloteados por
el viento, en rebeldía.
Grandes restauradores de pequeñas cosas, grande
ahorradores del hogar, predicadores del entonces anti consumismo, pateando
calles, eran: El sillero,
cargado a la espalda con un haz de mimbre en saco humedecido, lacrimal a veces,
con escasas herramientas, te remendaba
el respaldo de una butaca, el brazo del viejo sillón del abuelo, te echaba el
hondón de una silla, te restauraba la "torneá" palillería, sentado en
el adoquín de cantería.
El sartenero o "componeó", que alterando la
paz y el sosiego matinal de la calle, cuando aún no se ha hecho vieja, con
rítmicos golpes del martillo sobre el rabo de la sartén al hombro, lo mismo te
arreglaba las varillas de un ya cansado paraguas, el aro de un palanganero o te tapaba el
orificio de una sartén agujereada, una tapadera de la espetera. El lañador, hojalatero o "estañaó", con el
soldador bocabajo, abrigado en invierno entre brasas de carbón, está dispuesto
a lañar un lebrillo antiguo, un larguero, una palangana una cacerola, un
puchero..., de porcelana.
El afilaó. Con
dulces y breves melodías galleguiñas, endulza la mañana, a través de un
minúsculo instrumento de viento entre los labios, agitado de derecha a
izquierda, mientras sopla, y con un sencillo artilugio de madera con una gran
rueda rematada con aro de hierro, se hace avisar el gallego "afilaó".
¡Qué sensación, no se quema!, -pensábamos en voz alta-, al ver el flujo continuo
de chispas que salían de la rueda de afilar y se proyectaban sobre su mano, que
hacía de salpicadero.
Estaban los compradores a domicilio: Pieleros, en busca de pieles de medianos o grandes
animales; pelliqueros, en busca de pieles finas o pellicas de liebre,
zorro o conejo; trapero, alrededor de trapos
usados; el chatarrero,
que tras su carro, cargado de viejos y desusados metales y hierros viejos, a
los niños canjeaba una vieja herradura, una aldaba por una algarroba, si, la pieza valía, por un plato o taza
"albedriá"; el anticuario, en busca de objetos de valor de antaño...
Había muchos vendedores ambulantes: el huevero, el pollero, cargado con un manojo de
gallinas, de pollos, atados por las patas, cabeza abajo, aleteando, cansados ya
y luchando contra el sino. Pregonaban por la calle sus mercancías: ¡cal
blanca!, ¡picón quié!, ¡Vivitas, vivitas!, (las sardinas), los hermanos Irene. Dependiendo de la
temporada o estación del año, te
ofrecían churros, castañas asadas,
pimienta y tripa para la matanza, barquillos, naranjas, un líquido dulce
de color rosa, llamado refresco o un trozo de hielo colorao y azucarao, polo; sogas y cabestros, serones y esportillas,
esportones, tapices, colchas, alfombras... También estaban los/las que te
ofrecían productos agrícolas o ganaderos: leche, queso, como la lechera, la
quesera. El hombre de los globos y pelotas con tira de goma, pinchados en
madera recubierta de paja y ruleta, al grito: "siempre toca, siempre toca,
si no es un globo, es una pelota"...
Una gitana, muy
“ensortijá”, con cuello moreno, que le salía de un raído vestido multicolor;
rostro ancho y firme, tostado por el sol, hermoso; boca gruesa y sensual; ojos
grandes, llamativos, ardientes; pelo de azabache; de un canto dulce y llevando
a su churumbel -moreno como ella, con
ojos asombradamente negros y tristes, con dos reguerillos verdes sobre el
labio- a horcajadas, como cantarilla de agua a las caderas llevar, pide una
"perra gorda" a cambio de una buenaventura echar o una "perra
chica" por caridad.
Algo que llamaba la atención o tal vez la curiosidad
propia de la edad era oír y contemplar al ciego, recitando el romance medieval, con una mocita como
lazarillo; o a los dos tullidos: uno con la pata de palo y otro con un bracito
como un hilo blanco, vendado, extendido y paralelo al suelo, verdaderos juglares
del Medievo, que con voz coscona de tantos avatares ya, conseguían que sonara,
en el amortiguado murmullo de la calle, cantares de gestas heroicas, grandes
desgracias, que luego vendían en hojitas de papel multicolor.
Existían los
que se dedicaban a varios oficios o pluriempleados, según la estación del año:
cazadores, pescadores, “pelaores”!, “capaores”, cortadores y picadores de leña
de encina, descorchadores, recogedores de paja y excrementos de animales por
los caminos para hacer estiércol; los que iban al rebusco de la aceituna;
espigadoras; costureras, artistas de la aguja y del lienzo para hacer
calzoncillos o sábanas...; las blanqueadoras de fachadas y alcobas con cal
blanca; las que vareaban los colchones
en tardes veraniegas...; las lavanderas que con jabón hecho de aceite se
refinaban las manos a base de refregar sobre el lavadero y aclarar en la Charca
Grande, antes y después del enjuagado y soleado; los criados y criadas, en
grandes casas, para hacer los oficios
por estar "manteníos", sin soldada.
Arrieros somos y... en el camino nos encontraremos (refranero popular) El
arriero era un oficio bastante antiguo y arraigado en Arroyo. El gremio de los
arrieros, cuyo número debió de ser destacado, se constituyó en Hermandad, al
menos en el siglo XVII, en el que ya tenemos constancia en libros de
inventario, así como en los siglos XVIII y XIX. La Cofradía de los arrieros
tenían por su Santo Patrón a San Antonio Abad, venerándolo en su ermita, hoy
iglesia parroquial de San Antón. Son interesantes las constituciones de la
Hermandad del siglo XIX por el número, por su talante tanto humano como
religioso.
Por último citar a los artistas, concepto atribuido a
todo aquel que no vivía del campo y sí por su cuenta o fruto de su trabajo como
zapatero, guarnicionero: cinchas, jáquimas, colleras, albardas, tiros...;
aperadores: carros, artesas, cuartillas...; espartero: sogas, cabestros...;
herrador de bestias; herrero, carpintero, molinero, corredor de finca,
"merchán" o tratante de ganado, peluquero, sastre, estanquero,
relojero, ebanista o tallista, comerciante, viajante, albañil en sus tres
categorías: maestro, paleta y peón. Al servicio público estaban: la temida y
respetada Guardia Civil, los serenos, (policía local) el “pesaó”, el
“enterraó”, los basureros; santero o ermitaño, pregonero, peón caminero,
recluido en la caseta como sufrido ermitaño;
los guardas de huertas, viñas, campos, de la dehesa; recaudadores de tasas y arbitrios...
Queda por reseñar los trabajos del campo y del barro.
Por hoy nada más. Hasta mañana
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Jerez, artículos iniciados en el verano del 14
Alonso Ramos Espadero