jueves, 14 de mayo de 2015

HA FALLECIDO AURELIANO JIMENEZ LUCAS,EL SOCIO DE MAYOR EDAD DE ESTE ATENEO CULTURAL Y AUTOR DEL LIBRO DE POEMAS:" LA VOZ DEL CAMPESINO" Q.E.P.D.

Aureliano Jimenez Lucas, luciendo la Medalla de Arroyo, otorgada al Ateneo en el año 2013.


AL POETA CAMPESINO
(Para Aureliano Jiménez Lucas,
en el día de su vuelo a las estrellas).
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¡Llorad campanas del Santo!
¡Llorad de pena conmigo,
que se nos fue un hombre bueno:
“el poeta campesino”!
Se durmió en la primavera,
callado, de rosa y lirio.
¡El poeta de los campos,
entre sus versos queridos!
Poemas del alma todos
los que cantó el campesino.
Aureliano, compañero.
Será la voz del destino
que te levantó las alas
para hacerte más divino.
Poemas, los tuyos eran
flores y campo a lo vivo.
Naturaleza  guardada
en tu corazón de niño.
Caminas ya para el cielo,
qué pena tengo, mi amigo.
Ya te vas, poeta amante,
querido amigo, te has ido.
Y yo, sin poder hablarte.
Sin haberte despedido.
Sólo me queda el consuelo
de tu recuerdo querido.
De tus versos que se quedan
en “La voz del campesino”.
En ellos  pondré  mis manos
para hablarte, buen amigo.
Para decirte hasta siempre
De corazón te lo digo.
Te fuiste con quien querías,
con tu amada y su cariño.
Tus versos y tus palabras,
aún las oigo en mis oídos.
Eras tan buen compañero,
tan cariñoso conmigo,
que te llevo en esta pena
y en el corazón metido.
¡Adiós, amigo Aureliano!
¡Hasta siempre, buen amigo!
        *******
Madrid, 13 de mayo de 2015.
Eladio Sanjuán Brasero

sábado, 2 de mayo de 2015




 
                       










 TRABAJOS Y OFICIOS VARIOS

Sin ánimo de comparación, simplemente vivencias, producto de la época de la ilusión -la infancia- intento expresar de corazón, los oficios pertenecientes a aquellos años entre la década de los 50. Rememorando, contemplo en mi ardiente imaginación, desempolvando en mi viejo arcón de madera, muchos oficios. Algunos se habrán escondidos o extraviados. Ya no quedan casi. Otros han desaparecido del mundo de los vivos. Recuerdo más aquellos, que de niño, te llamaban la atención por sus pregones, melodías, canciones..., porque los desarrollaban delante de ti, los veía o porque los oficiantes eran de los pocos que trataban a los niños como niños, porque tal vez  necesitaban de la concurrencia infantil para llamar la atención o como el artista el aplauso de su público.

Estaban los que eran altaneros protagonistas de la humildad, libres de las ataduras del horario fijo, del imperio del amo, sólo bajo el imperativo de su propia voluntad o necesidad. Iban de  casa, en casa, de calle en calle, de plaza en plaza, detrás de un burro, de un “carrucho”, de sus propios pasos. Los veo con la cara descolgada, la boca abierta de par en par, pregonando la mercancía, con rostros aceitunados y curtidos por el viento otoñal, el frío invernal, el sol primaveral y los rayos insolentes del estío, con los cabellos revoloteados por el viento, en rebeldía.

Grandes restauradores de pequeñas cosas, grande ahorradores del hogar, predicadores del entonces anti consumismo, pateando calles, eran: El sillero, cargado a la espalda con un haz de mimbre en saco humedecido, lacrimal a veces, con escasas herramientas, te  remendaba el respaldo de una butaca, el brazo del viejo sillón del abuelo, te echaba el hondón de una silla, te restauraba la "torneá" palillería, sentado en el adoquín de cantería.

El  sartenero  o "componeó", que alterando la paz y el sosiego matinal de la calle, cuando aún no se ha hecho vieja, con rítmicos golpes del martillo sobre el rabo de la sartén al hombro, lo mismo te arreglaba las varillas de un ya cansado paraguas,  el aro de un palanganero o te tapaba el orificio de una sartén agujereada, una tapadera de la espetera. El lañador,  hojalatero o "estañaó", con el soldador bocabajo, abrigado en invierno entre brasas de carbón, está dispuesto a lañar un lebrillo antiguo, un larguero, una palangana una cacerola, un puchero..., de porcelana.

El afilaó. Con dulces y breves melodías galleguiñas, endulza la mañana, a través de un minúsculo instrumento de viento entre los labios, agitado de derecha a izquierda, mientras sopla, y con un sencillo artilugio de madera con una gran rueda rematada con aro de hierro, se hace avisar el gallego "afilaó". ¡Qué sensación, no se quema!, -pensábamos en voz alta-, al ver el flujo continuo de chispas que salían de la rueda de afilar y se proyectaban sobre su mano, que hacía de salpicadero.

Estaban los compradores a domicilio: Pieleros,  en busca de pieles de medianos o grandes animales;  pelliqueros, en busca de pieles finas o pellicas de liebre, zorro o conejo;  trapero, alrededor de trapos usados; el chatarrero, que tras su carro, cargado de viejos y desusados metales y hierros viejos, a los niños canjeaba una vieja herradura, una aldaba por una algarroba, si,  la pieza valía, por un plato o taza "albedriá"; el anticuario,  en busca de objetos de valor de antaño...

Había muchos vendedores ambulantes: el huevero, el pollero, cargado con un manojo de gallinas, de pollos, atados por las patas, cabeza abajo, aleteando, cansados ya y luchando contra el sino. Pregonaban por la calle sus mercancías: ¡cal blanca!, ¡picón quié!, ¡Vivitas, vivitas!, (las sardinas),  los hermanos Irene. Dependiendo de la temporada o estación del año, te  ofrecían churros, castañas asadas,  pimienta y tripa para la matanza, barquillos, naranjas, un líquido dulce de color rosa, llamado refresco o un trozo de hielo colorao y azucarao, polo;  sogas y cabestros, serones y esportillas, esportones, tapices, colchas, alfombras... También estaban los/las que te ofrecían productos agrícolas o ganaderos: leche, queso, como la lechera, la quesera. El hombre de los globos y pelotas con tira de goma, pinchados en madera recubierta de paja y ruleta, al grito: "siempre toca, siempre toca, si no es un globo, es una pelota"...

Una gitana,  muy “ensortijá”, con cuello moreno, que le salía de un raído vestido multicolor; rostro ancho y firme, tostado por el sol, hermoso; boca gruesa y sensual; ojos grandes, llamativos, ardientes; pelo de azabache; de un canto dulce y llevando a su  churumbel -moreno como ella, con ojos asombradamente negros y tristes, con dos reguerillos verdes sobre el labio- a horcajadas, como cantarilla de agua a las caderas llevar, pide una "perra gorda" a cambio de una buenaventura echar o una "perra chica" por caridad.

Algo que llamaba la atención o tal vez la curiosidad propia de la edad era oír y contemplar al ciego, recitando  el romance medieval, con una mocita como lazarillo; o a los dos tullidos: uno con la pata de palo y otro con un bracito como un hilo blanco, vendado, extendido y paralelo al suelo, verdaderos juglares del Medievo, que con voz coscona de tantos avatares ya, conseguían que sonara, en el amortiguado murmullo de la calle, cantares de gestas heroicas, grandes desgracias, que luego vendían en hojitas de papel multicolor.

 Existían los que se dedicaban a varios oficios o pluriempleados, según la estación del año: cazadores, pescadores, “pelaores”!, “capaores”, cortadores y picadores de leña de encina, descorchadores, recogedores de paja y excrementos de animales por los caminos para hacer estiércol; los que iban al rebusco de la aceituna; espigadoras; costureras, artistas de la aguja y del lienzo para hacer calzoncillos o sábanas...; las blanqueadoras de fachadas y alcobas con cal blanca; las que  vareaban los colchones en tardes veraniegas...; las lavanderas que con jabón hecho de aceite se refinaban las manos a base de refregar sobre el lavadero y aclarar en la Charca Grande, antes y después del enjuagado y soleado; los criados y criadas, en grandes casas, para hacer los oficios  por estar "manteníos", sin soldada.

Arrieros somos y... en el camino nos encontraremos (refranero popular) El arriero era un oficio bastante antiguo y arraigado en Arroyo. El gremio de los arrieros, cuyo número debió de ser destacado, se constituyó en Hermandad, al menos en el siglo XVII, en el que ya tenemos constancia en libros de inventario, así como en los siglos XVIII y XIX. La Cofradía de los arrieros tenían por su Santo Patrón a San Antonio Abad, venerándolo en su ermita, hoy iglesia parroquial de San Antón. Son interesantes las constituciones de la Hermandad del siglo XIX por el número, por su talante tanto humano como religioso.

Por último citar a los artistas, concepto atribuido a todo aquel que no vivía del campo y sí por su cuenta o fruto de su trabajo como zapatero, guarnicionero: cinchas, jáquimas, colleras, albardas, tiros...; aperadores: carros, artesas, cuartillas...; espartero: sogas, cabestros...; herrador de bestias; herrero, carpintero, molinero, corredor de finca, "merchán" o tratante de ganado, peluquero, sastre, estanquero, relojero, ebanista o tallista, comerciante, viajante, albañil en sus tres categorías: maestro, paleta y peón. Al servicio público estaban: la temida y respetada Guardia Civil, los serenos, (policía local) el “pesaó”, el “enterraó”, los basureros; santero o ermitaño, pregonero, peón caminero, recluido en la caseta como sufrido ermitaño;  los guardas de huertas, viñas, campos, de la dehesa;  recaudadores de tasas y arbitrios...
Queda por reseñar los trabajos del campo y del barro. Por hoy nada más. Hasta mañana
     
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                      Jerez, artículos iniciados en el verano del 14
                         
          Alonso Ramos Espadero