Ya
está atardeciendo en la claridad de la vida de mi otoño, de mi madurez. Pronto
entro en la última estación, la del invierno, la del frío, la de la vejez.
Aunque joven aún de espíritu, me mantengo en forma, como lo demuestro leyendo y
escribiendo, mi ocio, todos los días, esto es mi hobby preferido. Cuando
escribo, además de agradarme a mí mismo, de regodearme en silencio con los
agradables recuerdos de mi infancia en mi pueblo, como lo estoy haciendo, me
mueve el hecho de pensar que al escribir estos trozos de mi vida, además de a
ti, tengo la esperanza de que agrade a los míos, sobre todo a mis seis nietos.
Que un día mis escritos esa un espejo para ellos.
A mí me hubiera satisfecho, mejor,
me hubiera gustado que conmigo lo hubiera hecho alguno de mis abuelos. No y ni
siquiera conservo los sencillos y lábiles versos que mi padre me escribía y me
enviaba por carta al internado el día de mi cumpleaños. Cuando la carta leía, lágrimas de cariño, de
agradecimiento, de satisfacción sobre el papel caían. La carta y más los
versos, los leía y releía, fomentando mi nostalgia, mi morriña.
Espero que más adelante, pasado un
tiempo, estos fragmentos de mi
autobiografía, releyéndolos, me sirvan de consuelo, de satisfacción, no de liberación de lo que he vivido y
escrito de mi pueblo y de lo mío. Muy tranquilo están mis adentros, a pesar de
no haber sido correspondido, a pesar de las promesas con palabras que el viento
se las ha llevado, pienso que bastante
he escrito sobre mi pueblo, más de lo que había previsto. No me pesa. Muy
tranquilo me quedo. Dice el refranero español: “Nadie da nada por nada” y “El
que no es de piedra conoce la miseria.” Y este: “A poco daño, poco llanto.”
Nada más en este preámbulo con el que me he alargado.
FIESTAS DE INVIERNO EN MI PUEBLO.
CONTINUACIÓN
En invierno son menos intensos los
trabajos en el campo, aumenta el número de brazos caídos. El campo se encuentra
adormecido, arropado con el manto del
frío, de las fuertes heladas. Sí, fuertes digo, pues de niño he presenciado,
con miedo en el cuerpo, cómo chiquillos de poca edad tenían el atrevimiento y
lo hacían: cruzar de pie, andando sobre el carámbano, el hielo que cubría toda
la superficie de la charca chica. Una temeridad, pese a lo duro, a la gruesa
capa de hielo, podía haber zonas más endebles que no soportaran el peso del
niño y quedarían inmersos, sin salvación, entre las frías aguas…Se me ponen aún los pelos de puntas sólo con el hecho de recordarlo,
viendo esta temeraria imagen que en mis
adentros conservo.
El pueblo poco a poco se despierta
de su letargo invernal, pasados los idus de enero. Es este mes en el que mi
carboncillo dócilmente pone negro sobre blanco mis recuerdos, rebobinando los
vividos en mi pueblo. Ya son menos intensas o inexistentes las heladas y se
echa a la calle con las fiestas de San
Antonio Abad, más conocido por San Antón y luego con el de San Sebastián. Con
estos días festivos se inician los preparativos, se ensayan las canciones de las
carnestolendas. Las jóvenes desempolvan, sacan de baúles, de los mundos o viejos arcones las preseas, los
refajos, los pañuelos de sus madres y/o de sus abuelas. Tres son las
festividades religiosas que rezan, dos en enero, en el martirologio: San Antón,
los mártires Fabián y Sebastián y en febrero el día 2 de las Candelas, la
Presentación del Niño Jesús en el templo.
El 17 de enero, celebra la Iglesia
la festividad de San Antonio Abad, un monje egipcio cristiano, el
fundador del movimiento eremítico. Más que por ermitaño es celebrado por ser el
patrón de los animales, ya que le agradaban mucho y siempre los cuidaba. Se le
suele representar acompañado de un cerdo. Por este motivo los niños de mi
pueblo acudíamos a la ermita de San Antón. Aquí en Jerez se celebra el día,
acudiendo al parque González Hontoria, donde tiene lugar la bendición de los
animales, otorgamiento de premios, tras el inmenso desfile de animales
domésticos, y mascotas exóticas. En mi niñez, los niños especialmente
entregábamos nuestra ofrenda en su honor: chorizos, morcillas, lomos… de la
reciente matanza, como ofrenda para que el Santo intercediera para bien guardar los cerdos, tras finalizar
la montanera. Tras la solemne misa, con las ofrendas recibidas ya dichas y
también de otros productos de repostería, el mayordomo iniciaba la subasta de
todos los artículos recibidos. Los jóvenes, rodeados de niños, las mozas
vestidas de refajos cantaban y bailaban canciones y bailes tradicionales.
Casi
igual, con ofrendas y subasta, el día 20 de enero, se celebra en el Santo, la
festividad de San Fabián y San Sebastián. De estos dos mártires sólo se
conserva en el retablo de la iglesia de su nombre el del mártir asaetado, San
Sebastián. La ermita de estilo gótico y luego iglesia parroquial se halla
levantada en el arrabal, donde finaliza la Corredera. La plazuela, las calles
del Royo, del Pozo, Hilacha aglutinaban a la mayoría de los alfareros, los olleros del pueblo. Estos cultivaban sus viñas. En
este día acostumbraban a escanciar el vino casero de la recién cosecha, en
honor del Santo.
Las mozas cantaban al Santo la
jota arroyana, una muestra:
Jota
del Carretín
San Sebastián valeroso,
vecino del Arrabal,
que oyes hacer los pucheros
a puntapiés y a patás.
Si a Arroyo de la Luz
te vas a casar,
pucheros y barriles
no te han de faltar,
Las
mozas entonaban ya las letrillas picantes del carnaval arroyano, muy arraigada son estas
fiestas paganas. Antes las fiestas religiosas de invierno finalizaban con las
Candelas. El escenario era la Plaza y la iglesia de la Asunción, la Virgen de
las Candelas salía en procesión, portando velas encendidas los feligreses e
igualmente se organizaba su subasta. Es tradicional este día el comer las coles
y saborear el morcón de la reciente matanza. Se llama morcón por el tipo de
tripa que lo envuelve, el ciego del cerdo. Lleva la lengua, huesos del espinazo, y carne…,
aliñado con pimentón y sal, entre otros condimentos y especias.
Febrero
es el mes de las fiestas carnavalescas,
fiestas tradicionales muy arraigadas en los anales del pueblo, con sus
días grandes: el martes de Carnaval y Domingo Gordo. Son célebres por sus
cantes, sus estudiantinas, sus disfraces, los ricos refajos bordados, pañuelos
y lindas preseas. Arroyo
tiene un rico repertorio de canciones en Navidad, en la matanza, en los
carnavales, Cruz de Mayo, los Sanjuanes... con sus romances, con sus jotas, con
sus corros... Como dice Francisca García en su "Cancionero
Arroyano" desde tiempo inmemorial
los arroyanos cantan y es muy posible que de toda la provincia de Cáceres,
sea Arroyo de la Luz el punto donde más
se ha cantado y de donde más rico folklore puede extraerse. Sus bailes y canciones,
de remoto origen, que forman parte del acervo musical del pueblo, contribuyen a
hacerlo diferente a otros. Estas manifestaciones son rasgos espirituales que
marcan también una diferencia. Todo lo que evocan estas canciones y romances,
se nos parece como una puerta abierta al pasado que todos debiéramos estar
interesados en conocer al máximo, como fuente de la que dimana toda nuestra
savia interior.”
Ya vienen los carnavales,
la venta de las mujeres,
la que no le sale novio,
que espere al año que viene.
Los hombres son unos falsos,
falsos, pillos y traidores,
que engañan a las mujeres
con palabritas de amores.
Desde
los primeros años de la democracia el día grande del carnaval arroyano es
considerado por el Ayuntamiento como festivo a nivel local, como el día de la
Luz. Esto demuestra el arraigo y la importancia de estas fiestas. En los años
cincuenta, mi infancia, en los duros y represivos años del franquismo, pese a
estar prohibido por decreto gubernativo el disfrazarse, acudía a la calle a ver
a las mozas disfrazadas de hombres y hombres de mujeres…, a escondida de la
autoridad local.
Las
canciones no estaban prohibidas. El alma de la mujer arroyana es un manantial permanente y cantarino de
hermosas melodías ancestrales llegadas hasta nuestros días en coplas ingenuas y
versos sencillos, como si salido hubiera de una pluma angelical. Se reunían los
corros de mozas en las plazas y esquinas
de las calles, con sus voces y sones acompasados al ritmo ternario del pandero.
Hasta las chiquillas, cogidas del brazo acompañaban a la que iba a un recado en
la anochecida y cantaban: “Ese que va ahí que se la quite y se la ponga en las
narices. Aeeeella.”
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Jerez, artículos iniciados en el verano
del 14
Alonso Ramos Espadero