LA VIRGEN DE LA LUZ, PATRONA DE ARROYO
Aunque es una realidad que en lo puramente nominal la simbiosis definitiva entre Arroyo de la Luz y la Virgen de la Luz tardó varios siglos en materializarse, no es menos cierto que la espiritualidad que los arroyanos han sentido permanentemente hacia su Virgen ha sido siempre perenne y, además, de intenso misticismo. Es, con total seguridad, el gran denominador común de todos los arroyanos. No existe otro motivo en Arroyo que despierte el grado de unanimidad que nuestra Virgen refleja a lo largo de toda su extensa historia.
Desde los primeros instantes, en los albores del cristianismo en la península Ibérica, sintieron los arroyanos su devoción hacia la Virgen María. Fue en este contexto cuando se inscribe nuestra primera gran leyenda, la del conde Pelagio, aquel arriano que enamorado de una linda pastorcita cristiana quiso desposarla sin adjurar de su herética religión. La aparición de la Virgen, en donde hoy se levanta la ermita, anunciando que Ella era la Luz entre las tinieblas, provocó la conversión del conde y el inicio de la advocación de todo un pueblo hacia su Virgen.
Luego vendría en el siglo XIII lo del Pozo de las Matanzas. Una nueva leyenda de tintes épicos que se inscribe en el proceso reconquistador que los reinos cristianos peninsulares estaban llevando a cabo frente a los musulmanes. Una vez más, la presencia de la Virgen de la Luz se muestra como la única salvación posible ante el tremendo apuro en que se encontraban nuestros antepasados. La invocación repetida por cientos de gargantas provocó la milagrosa aparición mariana que infundió, con su única presencia, una fuerza sobrehumana a los arroyanos para ganar una justa que se creía frustrada.
A partir de aquel instante, es permanente la presencia de la Virgen en la vida diaria del arroyano. Año tras año, y hasta la actualidad, el pueblo entero acude al santuario durante la Pascua Florida. No hay procesión sin salva de aplausos, sin emoción contenida, y sin lágrimas en los ojos. Y es que nuestra patrona es el amparo al que todos acudimos cuando hay dolor y lamentos, cuando hay angustia y enfermedad, y cuando existen alegrías y esperanzas. Es decir, cuando el día se nubla la Virgen es la permanente Luz a la que nos dirigimos para iluminar nuestro camino por esta vida terrenal.
Desde el verano de 1809, y en plena Guerra de la Independencia, Arroyo estuvo de luto durante varios años. Y es que el ejército francés provocó la mayor afrenta que a un arroyano puede hacérsele: la destrucción de la ermita y la quema, no sólo del Cristo de la Expiración y de San Benito, sino de la imagen venerada de la Virgen de la Luz. El duelo concluyó en 1814 cuando se iniciaron las obras de reconstrucción del edificio mariano y se encargó al escultor Francisco de Altarriba, un académico de mérito de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, la realización de la actual imagen. El alborozo arroyano fue apoteósico, de nuevo los creyentes pudieron acudir ante su Patrona para implorar su amparo bienhechor.
En 1937 la modificación del nombre centenario del pueblo de Arroyo del Puerco por el de la Luz fue una nueva muestra del cariño y la veneración que todos sus habitantes tenían hacia su Patrona. Para conmemorar tan importante acontecimiento se celebró, con la presencia de la Virgen primero en la ermita y posteriormente en la iglesia parroquial, un gran acontecimiento religioso que sirvió para honrar la dicha de galardonar a Arroyo con el complemento de la Regidora de nuestros destinos, la Virgen de la Luz.
Completada la simbiosis nuestro pueblo ha seguido siempre rezando y honrando a su Virgen de centeno y azahar que se llamó de la Luzena y posteriormente de la Luz, a la que los arroyanos evocamos, invocamos y recordamos por muy lejos que nos encontremos. Por ello, en el 2014, y sobre la ermita de nuestra Patrona, un campo tendido que circunda nuestra villa, la Luz guiará y marcará el camino de nuestro mañana.
Francisco Javier García Carrero
Doctor en Historia